La definición que más se ajustaría del conflicto es aquella que lo identifica como un problema, donde lo asociamos a unos individuos en sus relaciones externas. La causa del conflicto que busco retratar son problemas entre personas, con carácter previo a que se forme la contienda, los combates, peleas, o enfrentamientos armados, estas otras definiciones que la Real Academia Española acoge, y donde parece que el mal esté ya hecho.
Quizás en este punto sea importante acudir a la etimología de la palabra. Del latín conflictus se forma por el prefijo “con”, que significa convergencia o unión y el verbo “fligere” cuya traducción sería golpear. Entonces hablamos de golpear la unión, buscando cambiar aquello sobre lo cual hay consenso. Este es el conflicto como desunión, como disparidad de posiciones o intereses; todos pensamos igual (tenemos los mismos intereses, valores, condiciones, etc.), no hay conflicto, se golpea esa convergencia y aparece el conflicto; este sería el cuadro.
Es inherente al ser humano, en el conflicto están las personas, al menos dos y que son dependientes entre sí, está el proceso, el cómo han acabado en la situación en la que se encuentran y por último la situación en la que están, entendida como el problema o la controversia por los motivos que sean. Téngase en cuenta que aun coincidiendo en los mismos objetivos puede surgir un conflicto entre dos personas, por ejemplo, enraizado en un distinto parecer sobre cómo realizar sus metas o por las emociones de cada uno en un momento determinado.
El conflicto no es negativo ni positivo, dependerá del lugar desde el que se mire, como muchas cosas. Sin embargo, el concepto de conflicto de la Real Academia Española es negativo y tal es la percepción que de él tenemos. Desde la promoción de la labor mediadora, conviene darle una vuelta y considerar el conflicto como una etapa del progreso personal o colectivo. El hecho de que no todos tengamos los mismos intereses, valores, etc., además de lo bueno que supone en sí, produce un choque entre los mismos, el cual bien gestionado dará como resultado un crecimiento. De la misma forma que el conflicto no es negativo ni positivo en sí mismo tampoco hay respuestas a éste positivas o negativas, dependerá del tipo de conflicto de las distintas clases que resultan (de información, de relación, de intereses, de valores, estructurales, reales, imaginarios, inventados, intrapersonal, interpersonal, intragrupal, intergrupal…), siendo una de las respuestas cuya promoción los últimos tiempos se está encauzando como alternativa a la contienda judicial, la medición.
La figura de la mediación
La Ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles, en la exposición de motivos, explica que la mediación es un instrumento para la resolución de controversias cuando el conflicto jurídico afecta a derechos subjetivos de carácter disponible. Así vemos que la propia norma se refiere expresamente al conflicto y a la mediación como herramienta idónea para solucionar la controversia, si bien desde el punto de vista legal lo restringe a derechos subjetivos de carácter disponible por lo que el ámbito es limitado. Esto es lógico, la mediación se incardina dentro de una de las respuestas al conflicto que hemos indicado: la colaboración, aquella en la que cabe un fin satisfactorio para ambas partes, pero requiere voluntad, esfuerzo y compromiso. La mediación tiene por meta lograr un acuerdo entre las partes, y éstas no podrán alcanzar acuerdos sobre lo que excede de su disposición. Los elementos de la respuesta colaborativa al conflicto están de una u otra manera presentes en la mediación, como a su vez las desventajas. No hay vencedores y vencidos porque se intenta respetar los intereses de ambas partes y solucionar el conflicto desde ese principio, no apelando a la violencia. De otro lado, exige unos elementos de los cuales es posible que las partes carezcan: voluntad, compromiso y tiempo.
Es plausible que personas en conflicto no conozcan siquiera que existen diferentes respuestas a la controversia y que entre ellas figura la colaborativa en la que situamos a la mediación. Menos aún, cuando la concepción que se tiene del conflicto es negativa, excluyendo el carácter transformador a bien que puede tener la confrontación y por ello derivando en el binomio de “tu o yo” / “nosotros o vosotros”. Ahí resulta fundamental el rol del mediador, como el profesional que con el aderezo necesario les ayuda a que voluntariamente alcancen un consenso, de forma que los intereses que eran opuestos, vuelvan a converger.
Llegados a este punto me parece ilustrador el cuento de las dos hermanas y la naranja, en el cual ellas pelean por la fruta y la madre adopta la decisión para resolver el conflicto de cortarla en dos mitades iguales lo que provoca la desesperación de las partes en litigio. Así es, que si un tercero decide cuál es la solución al litigio es posible que prescinda de los intereses de ambas partes, de forma tal, que ninguna quede satisfecha. La mediación hubiera requerido conocer los intereses en juego, perder energía en fijar las razones de la desunión, y ayudar a esas niñas a que expresaran, en este caso, más que sus valores o emociones, sus objetivos, esto es, para qué querían la naranja, porque dando una respuesta colaborativa el conflicto era de sencilla solución, puesto que una pretendía hacer un pastel, para lo cual sólo le hacía falta la piel, mientras que la otra, buscaba comer la pulpa. El pastel con la mitad de la naranja no le resultaba satisfactorio, como tampoco a la hermana zamparse media naranja, con la paradoja de que sin saberlo una se habría deshecho de aquello que a la contraria le era útil.
Conclusión
El conflicto desde la mediación se aborda dejando claro desde un inicio que no se trata de lograr un acuerdo que ponga los intereses de una parte por encima de los demás. En el ejemplo de las hermanas y la naranja, se entregue la naranja a una u otra, imaginemos en ponderación del valor que ofrezcan ellas mismas a los objetivos de cada una. La meta es un acuerdo que, naciendo de las partes en conflicto, satisfaga a todos, para lo cual es esencial la comunicación, ofrecer su visión del problema, pero también escuchar activamente la del contrario, prestar atención a las emociones propias como ajenas y prescindir de prejuicios o imágenes preconcebidas. Claro que esta comunicación en infinidad de ocasiones va a requerir la ayuda de un tercero, que no asesora, negocia, expresa juicios o propone acuerdos, sino que crea el clima adecuado para que la información entre opuestos fluya y éstos mismos puedan percibir que la antítesis puede sintetizarse, y los intereses encima de la mesa pueden converger. Cuando el ring es la comunicación, los mejores golpes son preguntas, cuestiones sobre las personas inmersas en el conflicto, sobre el proceso (momento del ciclo y derivadas de éste) o sobre el problema, resueltas en abierto por los participantes permitirían, como ya hemos expresado, abordar el conflicto desde la respuesta de la colaboración.
Fdo. Miguel Tornel Gómez